Si me dijeran que de las palabras de un diccionario escogiera siete y valiéndome de ellas hiciera una descripción o explicara algo relacionado con Támesis, mi pueblo, sería imprescindible que escogiera la palabra NEBLINA antes que ninguna otra. Porque la veía casi por todos los lados, ya fuera en la madrugada mientras la Luna escondía su rostro entre dos pesados nubarrones o al despertarme y observar, entre las rendijas de la ventana, las nubes blancas y grises colgar en pesados racimos sobre el imponente Cristo Rey, el cerro tutelar del municipio.
En esas épocas lejanas y sumergidas en zonas casi muertas de mi conciencia, el casco urbano se me aparece generalmente envuelto en el paño blanco de la neblina, como si fuera su traje de novia, o cubierto por un lienzo blanquecino y frío, de manera torpe, dejando a la vista algunos retazos de paisaje: el tejado de la casa de don Manuel Vicente Figueroa por aquí, la copa desnuda de un guayacán por allá, la redonda cúpula de la Iglesia más en el centro. Como sombras mortecinas, fantasmas suspendidos en el aire, acompañado muchas veces de una lluvia suave, pertinaz, gélida, tamborileando en el tejado de mi casa blanca y azul, que son los mismos colores de la Virgen de Fátima, a la cual parece hacerle guardia en el sector de La Cuchilla.
En segundo lugar, escogería VERDE, ese verde ondulado, de todos los tonos, salpicado de casas de colores multicolores; la clase de paisaje que todo adolescente intenta describir en sus primeros poemas.
Las cinco últimas palabras serían PAJÁROS, pues en las ramas de los árboles, se mecen, otean y se reproducen las aves con sus plumas multicolores. Se tiene un registro de 377 especies, 30 migratorias y 8 endémicas, que significa que solo es posible hallarla de forma natural en esta población. Avistar aves, es un pasatiempo hermoso.
Es disfrutar del ambiente en medio de la satisfacción que genera el poder descubrir la belleza de las especies en su estado natural. Y es otra razón, para promover la siembra de árboles que favorecen la presencia de los pájaros, que nos deleitan con sus colores, tamaños y cantos.
LORES. Porque Támesis huele y sabe a pueblo. Y como la nostalgia también entra por el olfato, la vista y el estómago recuerdo los frisoles caseros con arepa y mazamorra, el café que tostaba don Rafael Hincapié y su familia “Los mandarinos”, las colaciones de Suso Hernández por los lados de La Mesa con sabor a dulce y miel, el olor de las moliendas de caña y a parva fresca, de humeantes panes, pandequesos, roscas y tornillos de la panadería de Luis Castañeda. “No hay como los olores para despertar los recuerdos”, es una frase muy a propósito que puede leerse en Los miserables de Víctor Hugo.
AGUA. Támesis es uno de los municipios con mayor riqueza hídrica en Antioquia. De sus montañas brotan el Riofrío y la cascada La Peinada, cuyas aguas se descuelgan como hilos de plata sobre sus laderas en bruma, y, más abajo, como una gran lombriz, se otea el río Cauca, que es el río de todos los suroestanos, mientras el Cartama baja apresurado por las irregulares escalas de piedra, fabricando espuma.
FLORES. Son símbolo de belleza y una de las caras más visibles del reino vegetal. Aparte de ser el elemento decorativo de una planta, es alimento para animales y materia prima para la elaboración de fragancias. Dicen que la tierra ríe mediante las flores. En Támesis, están por doquier, con su aroma, colores vibrantes y las más variadas formas. “La ruta de las flores”, por ejemplo, es un enorme vivero de varios kilómetros, que se puede recorrer fácilmente desde el Parque principal hasta el sector de La Planta. Son música del suelo, la comida y la medicina del alma.
Y, por supuesto TAMESINOS. La vida de un pueblo, es la vida de sus habitantes. Ellos son su mayor recurso, su más preciado tesoro, el motor y la fuerza que mantienen vida la municipalidad. Personas trabajadoras, buenas, hospitalarias, pacíficas, soñadoras, muchas de las cuales han ennoblecido su lugar nativo con sus realizaciones personales y al servicio del pueblo, el departamento y el país.
En conjunto, las siete palabras: Neblina, verde, pájaros, olores, agua, flores y tamesinos, dan vida a un paisaje sinigual, a un idílico panorama, a Támesis, el terruño de nuestras querencias; que cada mañana vemos cargarse de nubes como motas multiformicas que viajan impasibles desde la parte baja del pueblo y se descargan sobre los tejados, formando arroyos que, en nuestro tiempo, corrían por caños laterales que apreciábamos desde los postigos, y nos proporcionaba a los muchachos, descalzos, el placer de chapotear y ser los capitanes de barcos de papel que zarpaban hacia mares imaginarios. ¡Si esto no es lo más parecido a la felicidad, apague y vámonos!
Tomado del libro “Mis sueños de ayer” de Víctor Alonso Orozco Cadavid.